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Llegar al Chocó no es tan fácil. Ubicado al occidente de Colombia, es el único departamento del país con costas en ambos océanos. Bañado por el Atlántico en su parte norte y por el Pacífico en la parte sur, es a pesar de su infinita riqueza natural, el departamento más pobre de Colombia. 

Esta nueva aventura de una semana tiene como destino final las playas de Guachalito en el corregimiento de Joví, golfo de Tribugá, a unos 40 minutos en lancha rápida desde Nuquí.  Y cómo se llega a Nuquí? Se requiere cierta logística. Desde Bogotá no hay vuelos directos, una manera es hacer una escala en Medellín para después volar desde el aeropuerto Olaya Herrera en una avioneta tipo chárter. 

El tiempo de vuelo es muy corto, alrededor de 30 minutos, primero pasando por encima de las montañas de la Cordillera occidental para después encontrarse con la majestuosidad de la selva chocoana, la selva tropical más lluviosa del planeta. Enmarcado por los río Atrato y San Juan es un paisaje lleno de contrastes; justo al lado de la selva, todo ese verde termina chocando con el imponente Pacífico. Sin embargo, como todo vuelo en avionetas sin cabina presurizada, se presentan ciertas situaciones. Este caso no fue la excepción. Al iniciar el descenso, debido al cambio de presión nos empezó a varios a doler el oído, dolor que fue cediendo a medida que ingeríamos grandes cantidades de agua y nos acercábamos a tierra.

Llegar a Nuquí es literalmente llegar a otro mundo. El aeropuerto, tiene una capacidad para recibir aviones de máximo 19 personas y a pesar de ser parte de Colombia, hay que hacer una especie de “inmigración” para entrar. Con poco más de 8,000 habitantes Nuquí está  atrapado entre la selva y el mar. Solo se puede llegar a Nuquí en avioneta o directamente por el mar. Al no tener ningún tipo de acceso terrestre, no hay autos en Nuquí, solo motos y moto-taxis tipo Tuk-Tuk.

Nuquí nos recibió con un sol esplendoroso. Allí nos esperaba Benjamín, nuestro anfitrión y guía. Cinco minutos después, de camino al muelle para tomar la lancha, llovía a cántaros. No podemos olvidar que estábamos en el lugar más lluvioso del mundo. Saliendo desde el muelle ubicado sobre el rio Nuquí y camino a nuestro destino final, fuimos testigos del contraste entre la gran riqueza natural y la pobreza del lugar.

40 minutos más tarde, 20 de los cuales fueron bajo un torrencial aguacero, llegamos a nuestro destino final, las playas de Guachalito. La belleza del lugar es impactante. Playas infinitas de color oscuro, que parten la verde selva y el también infinito Pacífico en dos. También imponentes los promontorios que afloran por encima del nivel del  mar y que forman pequeños islotes que se cubren de vegetación y sobre los que anidan varias especies de aves marinas. Además de su imponente belleza, algunas de estas playas son también importantes lugares de anidación de las tortugas marinas. 

Una vez allí, fuimos recibidos por nuestra otra anfitriona, Elizabeth, con un delicioso jugo de futas tropicales. Y después, para la cabaña a dejar el equipaje. El hotel es muy sencillo y espectacular a la vez. Ubicada practicante en la playa, la cabaña de madera tenía 2 camas exquisitamente arregladas cada una con un velo blanco estilo mosquitero (a pesar de que no hay mosquitos en este lugar), un espectacular baño con ducha a cielo abierto y un balcón con hamaca y con la más espectacular vista al mar. La perfección y la belleza de lo simple…

Si Nuquí está aislado, acá sí que no hay nada; ni electricidad, ni señal de televisión; la única manera es a través del satélite. Increíblemente, se tiene DIRECTV únicamente para ver el noticiero y la novela. Como cien canales para ver solamente uno de ellos y de manera esporádica. Y lo mejor, casi sin señal de celular; para captar un poco de señal hay que subir a uno de los promontorios rocosos, ubicado en la esquina sur del lugar. Es tan difícil todo acá, que incluso los viajes en la lancha de Benjamín son limitados. La gasolina llega en ferry desde Buenaventura a Nuquí, en un viaje de más de 7 horas, una sola vez por semana. Por tanto es insuficiente y consecuentemente bastante cara.

Es tan perfecto todo que incluso el hotel es completamente auto-sostenible. El agua, que acá no es para nada escasa, llega por gravedad directamente de la selva. La electricidad es generada a través de paneles solares. La comida viene directamente de la huerta del lugar; frutas, vegetales, hierbas, tubérculos, cereales; todo lo necesario está allí. De la granja, los huevos, la leche, el queso. Y lo mejor de todo, la riqueza y variedad que tiene el mar para brindar; sierra, pago, atún, merluza, picudo, dorado, jurel, la variedad es infinita; siempre de manera artesanal y garantizando la pesca sostenible y responsable en todo momento. La generosidad de la tierra y el mar combinados para dar lo mejor, la más deliciosa variedad de la gastronomía local… Estábamos tan encantados con el menú, que el día que Elizabeth nos propuso matar un pollo para variar los menús de pescado, el no rotundo por parte de todos fue unánime….

Estar rodeado de tanta riqueza lo pone a uno a pensar en el contraste tan evidente que se ve al llegar a Nuquí. ¿Cómo es posible que exista pobreza en esta tierra?; es simplemente inconcebible.

Llegó nuestra primera noche, la cena, el noticiero y a la cama. 8:00 de la noche y ya estábamos listos para dormir. Los únicos sonidos, el arrullo del mar a escasos metros de la cabaña y el suave murmullo del viento que refrescaba el lugar. Ni calor, ni mosquitos ni nada más…

Llegar al Chocó no es tan fácil, pero cualquier pequeña molestia vale la pena con tal de poder adentrarse en su mágica riqueza natural.